domingo, 20 de mayo de 2018

UNIVERSIDAD GRAN CIUDAD: DE LA UNIVERSIDAD DE GARAJE A LA UNIVERSIDAD DE PAPEL


I
LOS PAPELES VERDES

La Universidad Gran Ciudad era una de las denominadas universidad de garaje; funcionaba literalmente en una casa grande en donde se habían adecuado de alguna forma aulas; su rector el cojo Carlos Zanopies, presumía de modo cínico, a toda persona quien quiera escucharlo, que ésta era la auténtica universidad privada, privada de internet, biblioteca, pizarras, computadores, proyectores, laboratorios, o cualquier implemento normal en una universidad.
Contaba con orgullo que llegó a Quito, con un papel que contenía la ley mediante la cual se aprobó la universidad, ni un centavo para invertir, ni un dólar para iniciar, solo un papel.
Y con ese papel, sin ninguna inversión más, fue construyendo, si bien no una universidad, si un patrimonio y una fortuna. El lujoso Audi parqueado a las afueras de la Universidad, daba muestras de su riqueza personal en una universidad privada.
En el año 2010, el gobierno de Correa impulsó una reforma al sistema de educación superior, que implicaba la evaluación de todas las universidades; se procuraba mejorar el sistema y posiblemente cerrar las universidades de garaje.
Eugenio Güeze era un ex subsecretario de finanzas, que al caer en el desempleo buscó la forma de trabajar en la Universidad, licenciado en Derecho, le huía al ejercicio profesional, y realmente a cualquier empleo verdadero. Era el famoso supervisor de ambientes, un fabuloso inspector del trabajo ajeno, con tales virtudes, era el candidato perfecto para ser nombrado Director Nacional de Acreditación. Luego de negociar un incremento salarial, que llegaba a ser el doble de lo que ganaban los profesores, asumió su función con su acostumbrada diligencia.
Lo primero fue conseguir quien hiciera el trabajo, y como la universidad no iba a pagar a otra persona, contactó entre los estudiantes, alguno medianamente instruido; fue éste quien imprimió las cincuenta hojas que contenían el modelo de acreditación, un trabajo nunca antes visto; terriblemente motivado, Eugenio unió con cinta adhesiva todas las hojas hasta conseguir una muy larga matriz por llenar.
Armado de su genial trabajo manual, acudió donde el rector a plantearle las necesidades de la acreditación. Zanopies sentía por él un profundo desprecio, le repugnaba su acentuada vocación de lameculos, su pinta de señorito, su anquilosado pensamiento en la burocracia añorada.  Pero Güeze odiaba también al rector, a quien consideraba francamente un ignorante, un mercader de la educación, un burlador, un fraude, un engaño, que no podría escribir una frase sin errar gramaticalmente, y en la suma de su procedencia costeña con su legendaria astucia mercantil, simplemente un mono vivo.
Estos dos personajes se aguantaban las ganas de vomitar cuando se encontraban, era un asco mutuo, una nausea real, eran bicho y mierda, mierda y bicho.
Esta anécdota la contó Güeze. Eugenio entró a la oficina del rector, y se enfrentaron entonces en apariencia dos formas de ver la Universidad, le mostró su trabajo manual y todo lo que se debía hacer. El rector le preguntó entonces:
-¿Y con cuántos papeles se soluciona eso?
A lo que él ex burócrata respondió:
-Se soluciona, pero con papeles verdes.
Algo más debieron decirse, algo que ninguno de los dos comentó, pero como resultado el rector quiso despedir a Güeze por el atrevimiento de decirle que el problema de la acreditación de la universidad se soluciona con mayor inversión. No se despidió a Güeze, por la intercesión del profesor Jalvacar, a quien entonces escuchaba mucho el cojo.
Muchos años después el mono vivo, necesitó de Güeze, para deshacerse del profesor Jalvacar, que había adquirido según él, demasiado poder. Venciendo el asco, volvieron a reunirse los dos personajes y pactaron. El rector nombró a Güeze como director del centro de mediación de la universidad y presidente del comité de ética, a cambio Güeze desde su pequeña función debía deshacerse de todos aquellos que le hacían sombra al rector, que le exigían aquellos papeles verdes para la universidad y no para su cuenta personal y también del otrora poderoso Jalvacar.
El mundo está lleno de extrañas simbiosis, las alimenta el odio, y la envidia, y la conveniencia, y se conjugan entre ellas aún en pequeños espacios de poder.

domingo, 28 de mayo de 2017

PEQUEÑA FÁBULA HUMANA



Por fijación oral, su boca se deleitó en los senos de ella, y una mano topó el otro pezón con suavidad. Arrodillados frente a frente en la cama, el crujir cómico del mueble al sentir el movimiento de ellos, el ahogarse, la genitalidad para buscar solo la presencia del otro, el milagro de encontrar la nariz, el silencio de los labios, el pasar cerveza entre las bocas, el juego de los paladares y la caballera mojada. Mientras, el ruido de la ciudad se oía desde la habitación del hotel.
Flaco, de miembro pequeño e insignificante salvo el crecimiento normal cuando está excitado, ni un pequeño músculo desfiguraba su perfecta flacidez, solo la panza desentonaba, dientes torcidos, los labios gruesos, los pómulos salientes, lo ojos grandes y saltones, pelo lacio y con caspa.
Excedida de peso, era el tipo de mujer con la cual no se quiere hacer el amor, su cutis sucio, acné y espinillas; dos líneas prolongaban su boca excesivamente hacia el mentón, sus senos eran grandes y colgaban en perfecta armonía con su vientre.
Una negación de la belleza, una afirmación de lo humano, no siempre estético. Los viejos hacen el amor, la pordiosera tarada tuvo sesiones eróticas.

viernes, 12 de agosto de 2016

Él




Siempre me han dado miedo los locos. No obstante estoy seguro que estoy loco y todos los días me esfuerzo por ser normal. Loco siempre lo estuve, o tal vez todo comenzó aquel día.
Lo recuerdo claramente: Se mudó a la habitación contigua a la nuestra; ella lo supervisaba todo, amable e inteligente como siempre. Yo no me di cuenta entonces que los ojos de ella se dirigían hacia él.
                Mientras pasaban los días, el amor y el tiempo que Viviana me dedicaba, fueron trasladándose hacia C. Al principio pensé que podía soportarlo; soy un hombre de nuestra civilización siglo XXI, sin embargo los bajos instintos del hombre civilización cavernaria fueron imponiéndose.
                Acaso Viviana pensaba que soy tonto, acaso creía que mi corazón no sentía la diferencia; o tal vez, me conocía tanto como para saber lo cobarde que soy, y por lo tanto lo incapaz de defender mi honor, al estilo de un drama de español.
                Hace pocos días adquirí un revólver. A las tres de la mañana me despertaba, la luna, maldita luna, diosa de la muerte fue poniendo en mi mente la fatídica idea. Al principio luché contra ella. El arma en mis manos, los brazos cruzados apretando mi propio cuerpo, la mirada en el cielo y el influjo de la luna. Luego, me ponía a pensar en cómo hacerlo o trataba de vencer mis instintos.
Llorar primero. El arma, una frase despectiva, y al verla asustada, con gesto de desprecio le diría que no vale la pena, reiría, y botando el arma me alejaría con desdén.
No, pensé luego; reiré primero, y con la sonrisa en la boca me acercaré a ella. Tal vez ocuparé un viejo cuchillo; tal vez le daré un beso y estando aún ella entre mis brazos, le hundiré la daga en su cuerpo.
La noche terminaba con esas ideas, el sol las alejaba, bendito sol. Resultaba cómico, era en esos días una figura de leyendas ancestrales huyendo de la luz.
La risa se me volvía insoportable. Me parecía entonces, que todo el mundo se burlaba de mí. El camino ya no tenía salida. Mi muerte, no era una alternativa, pues si para quitar la vida a otro necesitaba valentía, para matarme la necesitaba mucho más.
Entre malignos y benditos, razones y justificaciones, sol y luna, había ya casi desistido de la idea homicida. Pero ese día llegué temprano a casa; era uno de esos días hermosos, en los cuales el ánimo se siente inclinado a creer en Dios, ese día lo maté.
Lo supe casi de inmediato, el ambiente olía a infidelidad. Cegado por los celos me dirigí hacia la habitación donde C acostumbraba pasar.  Los encontré juntos. El, soberbio, casi sin sentimientos; ella disfrutaba su compañía, tomé la pistola y disparé una, dos, tres veces. Todo había terminado.
El humo del computador llenaba la habitación, definitivamente lo había matado, ella nunca más volverá a traicionarme.